ARTICULO COLEGIATA 1.931

EN LA COLEGIATA DE BELMONTE
Articulo publicado en “La Voz de Cuenca”: Juan Jiménez Aguilar. Año 1931.

Capitulo nº 1

Tal vez la deficiente información que desde Cuenca se enviara a los organismos centrales; motive el extraño olvido en que quedó la iglesia mayor de Belmonte, al hacerse la última declaración de monumentos nacionales. Pero cualquiera que sea la causa de aquella omisión, pocos edificios Conquenses hay tan dignos de la protección oficial como aquel templo erigido en el siglo XV por el poderoso y turbulento marques de Villena, en sufragio de su alma y la de sus ilustres antecesores.

Yo recuerdo que en este punto suspendí el verano pasado mis folletones (dedicados a Belmonte y la tierra de llano) después de hablar de las estatuas orantes de aquellos personajes (de autor anónimo) de ejecución esmerada pero “faltos de vida”, de expresión y originalidad, como obedeciendo a una forma o canon escultórico, y en el mismo punto reanudo el tema de Belmonte, ya que de viaje nunca faltaban novedades que contar o rectificaciones que hacer.

Eché de menos en esta ocasión, los pajecillos de que decía “sosteniendo tarjas blasonadas”,  cuyas actitudes, ropas y labra nos inclinaban a suponer que formaban parte de otros sepulcros más antiguos”. Afortunadamente no se han enajenado ni perdido como temía la principio, cuando  noté su ausencia; - pero tampoco deben continuar en el suelo del hueco de una escalera- y junto a unos trastos y muebles de desecho. Su lugar es al lado y al servicio de sus señores, don Juan Fernández Pacheco y don Alonso Téllez Girón; según se ven en las láminas 89 y 90 de la obra “la escultura funeraria en España” de Ricardo Oruela, y mejor todavía si el paje de don Alfonso se coloca también detrás de él; y no delante de la efigie de quien peleó como bueno contra los moros en la Higueruela junto a don Álvaro de Luna. Y creo oportuno insistir en que tales pajecillos o “continos”- no obstante su técnica más descuidada y sus formas toscas-son dignos de tanta estima como las estatuas principales, a pesar de la mayor calidad de estas últimas finura en su ejecución y riqueza de la piedra empleada.

No es esto lo único que creo en peligro, sin una discreta y eficaz intervención del estado. Ignoro cuál sea en la actualidad la dotación de la Colegiata para hacer por su cuenta algunas reparaciones y medidas de seguridad; presumo que tan magnífica iglesia vino muy a menos. Pues antes tenía para su servicio un Prior-Arcediano de Alarcón- y otras tres dignidades más, seis canónigos y ocho beneficiados o racioneros y el personal se reduce hoy en día aun Arcipreste con dos Coadjutores y tres o cuatro Beneficiados o Capellanes. Pero aún en le caso de que la iglesia contara con medios para ello, por un carácter especial no sería prudente dejar las obras o restauraciones más precisas a su propia iniciativa sin asesoramiento o control de las instituciones encargadas de velar por el Patrimonio Artístico Nacional. De todos modos hay que remediar el lastimoso estado que ofrecen la mayor parte de las capillas de la nave izquierda, precisamente donde existen bellísimas tablas góticas-que se van sino se pone remedio.

He de advertir de paso, que mi reciente viaje a Belmonte lo motivó el deseo de estudiar en ciertas pinturas de Bernardo de Oviedo-acaso discípulo de Yáñez de la Almedina- “su manera de componer y hacer”, comparando su obra indubitada con los cuadros anónimos o filiados, ya de otros artistas anteriores y de sus contemporáneos martín Gómez, Pedro de Castro y Daniel de Var. Y aunque no quedó terminada mi tarea, sí me permite dar algún curioso avance de ella.

Bernardo o Bernardino de Oviedo, pintor, y Pedro Saceda entallador- ambos vecinos de Cuenca al mediar el siglo XVI- se encargaron de ejecutar obras de pintura y escultura que s encuentran repartidas por toda la provincia.  Pedro Saceda y Bernardino de Oviedo, concertaron con los protectores del convento de Dominicas  de Santa Catalina – a la vera de la Colegiata de Belmonte- un altar de cierta importancia y del tipo de otros que se hicieron para la propia Iglesia de San Bartolomé de Belmonte, consta que debía de ser toda la obra–después de dorada- “muy bien estofada y esgrafiada sobre el oro de colores muy buenos y dar color a cada cosa como lo pidiere”. El conjunto d e las estipulaciones de garantía son todo un curso de técnica pictórica que algún día daré a conocer con todo detalle. Basta por hoy saber “había de ser el aceite muy graso y muy bueno” para las “encamaciones” y estas muy buenas así de manos como de figuras y serafines cada cosa la encarnación según conviene... y que esto vaya a contento del dicho señor Ldo. Arboleda o de la persona que él nombre, porque sino estuviese tal como conviene se vuelva a encargar a su costa.

Los tableros pintados representaban ”El Nacimiento de Xto.”-“la Adoración de los Reyes”, y “La quinta Angustia” y cuatro figuras sueltas- San Pedro mártir, la Magdalena, San Juan Bautista, y Santa Catalina de Sena- todo había de ser bien dibujado y antes de meter color ver si está  a contento del Ldo.Arboleda “la postura de dichas figuras, y si ni lo estuviere” Bernardo de Oviedo se comprometía “a tornallo a debuxar de nuevo “ a su costa. Se ajustó la pintura y el dorado en 150 ducados, y en 6 de Septiembre de 1565 fue firmada la obligación entre las partes contratantes. 

De esta época y de igual tipo con otras pinturas de la iglesia de Santo Domingo acopladas en altares más modernos y de los cueles citaré á “San Jerónimo”.”San Cristóbal”,”la huida de Egipto”, y el bautismo de Jesús”; En uno de aquellos retablos y en otro lado, “Santa Ana”, “la Virgen y el niño”,”Santo Tomás palpando las llagas del Señor”,” La Anunciación”, Y “Santa Catalina”.

Abundan en la Colegiata, las tallas policromadas, que no es aventurado atribuir a Pedro Saceda. Entre ellas un altar coronado por un calvario y que integran nueve tablas en alto relieve con “ La Muerte d el Virgen”,”La Ascensión con un Ángel”, y “Santa Elena”: en otra fila inferior “La Virgen subiendo las escaleras del templo”,”Nacimiento de la Virgen” y “Circuncisión”, y en una fila inferior ”San Joaquín y Santa Ana en la puerta de oro”,” La Anunciación” y “ la Visitación” con dorado de oro fino en las tallas de molduras y figuras y remates y columnas y los campos de oro “toda de buena color y bien terminado”.

Y otro retablo en la capilla de Santiago que tiene en el ático “La Oración del Huerto”,”La Virgen con gloria de seis Ángeles”, y “el Prendimiento”: en el centro “La Adoración de lo Reyes”,”Santiago” y “La Presentación”, y en la predella ”La Anunciación”,”El Bautismo de Jesús” y “La sagrada Familia”, que son tableros más pequeños, entre cuatro pilastras adornadas con las figuras de “San Pedro”, “San Pablo” y dos religiosos, todo ello con estofados esgrafiados y romanos, como decían en un “argot” o lenguaje “de germanía” los artistas de aquel tiempo.

En la capilla donde está la pila bautismal, hay un retablo gótico del mayor interés; pero tan mal tratado por el tiempo que apenas si puede descifrarse los asuntos que en el se figuran. El cuadro central de San Pedro ¿san Marcs?, en actitud de bendecir sedente y con vestiduras pontificales del siglo XV de admirable detalle. Característicos guantes de puntiaguda manopla relazan el lujoso atuendo del gran sacerdote.

A cada lado hay tres cuadros pequeños; a la IzquierdaLa Impresión de los estigmas de San Francisco” y otros dos asuntos desconocidos, y ala derecha “San Bartolomé con el diablo encadenado”, “La Misa de San Gregorio”, y “San Jerónimo”. Todos ellos necesitados de una reparación urgente.

En la capilla continua de los Hinestrosas se encuentra un gran retablo de pintura en peor estado todavía. En la parte superior figuran “La Anunciación”,”La puerta de oro” y “La Coronación de la Virgen”; la segunda fila “La Virgen subiendo las escaleras del templo”, cuadro central con “La Virgen rodeada de los emblemas de sus advocaciones” y “La misa de San Gregorio”. La “predolla"  contiene nueve figuras formando tres grupos: Uno de ellos “Santa Catalina de Alejandría”,”Santa Elena”, Y “Santa Catalina de Siena”, en el centro “Santiago el Zebedeo” con red, “Jesús con el cordero Pascual”, y “San Andrés” con cruz “decusata”. El tercer grupo lo forman “San Sebastián, San Pedro y San Roque”. Este retablo que apenas si pude iluminar, y ver, me parece por cierto detalle  de Martín Gómez, acaso en colaboración con su suegro Gonzalo de Castro y sus dos cuñados, todos pintores y vecinos de Cuenca.

También tengo noticia que le pintor conquense Bartolomé Matarana –autor de los frescos de la iglesia del patriarca de Valencia- hizo en 1588 “un retablo de pino  de doce palmos de alto e de ancho dos varas e un poquito más con una moldura alrededor, por encargo de D. Gaspar de Hinestrosa, donde estaba pintada una imaxen de Ntra Señora de la Anunciación con un ángel e una paloma que es la historia de la Encarnación, e por una parte, arriba en el cielo...medio san Francisco con sus llagas, e por la otra parte abaxo un San Juan Bautista con un cordero e San Juan Evangelista con un cáliz e una serpiente que sale de él un San Esteban”.

Retablo que no encontré en la capilla de los Hinestrosas,  donde también falta una de dos tumbas de madera pintadas con emblemas heráldicos. La que queda tiene escudo de oro y dos lobos pasantes de sable con orla azur cargada de ocho estrellas doradas. Armas que se repiten mucho en las chapas repujadas por las habilísimas manos de Hernando de Arenas y Esteban Lemosín.

Capítulo nº 2.

La pequeña iglesia de aquella aldea  que le dominio de los Pachecos convirtió en “lugar insigne y populoso”, fue también objeto de atención de los Señores de Belmonte, que la reedificaron casi desde sus cimientos, bajo la dirección de Marquina y Bonifacio Martín, maestres de cantería venidos de Vizcaya.

Como sucede con muchas obras de igual destino y análoga importancia que se costean con donativos, el entusiasmo que despiertan éstas, y la cuestión de los primeros años, fue cediendo después, y los trabajos avanzaban tampoco, que dio lugar a que el arte inicial fuera modificando sus tendencias y gustos en el transcurso del tiempo que las obras duraron: Así la cabecera de la iglesia- de esbelta traza y rasgados ventanales ojivales- contrasta con las naves menos apuntadas y sostenidas por robustos pilares cuyo lustre abarcan, de trecho en trecho, bocelados collarines de piedra.
La torre cuadrada y lisa-acaso único resto de la iglesia primitiva- tiene tapiados unos arcaicos y pequeños ajimeces, mientras las portadas -con guarnición “conopial” en la puerta del perdón y “trileba” en la puerta de San Bartolomé- acusan la agonía del arte ojival y los albores del gusto plateresco.
Bajo el arquito canópeo, adornado de gruesa macoya, de la puerta del Perdón, se ven dos escudos de varios y cualificados cuarteles. El que ocupa el lugar más honorífico, contiene las armas de Pacheco, Acuña, Portocarrero y Enríquez; y el otro blasón – partido en pal – las de Enriquez y Velasco, cuyo detalle nos  sirve par fijar la fecha de esta portada entre 1480 y 1494. No es cosa difícil hacer esta deducción. Las armas del primer blasón corresponden al segundo marqués de Villena, D. Diego López Pacheco, hijo del Maestre de Santiago -Pacheco alias Acuña- y de su segunda mujer Doña María Portocarrero y Enríquez, señora de Moguer, y el otro escudo a la esposa de D. Diego, su prima Dña Juana “Enriquez” y Fernández de Velasco, cuyo matrimonio duró el tiempo comprendido entre aquellas fechas.
Esta portada es de un tipo que se repite –con pequeñas variantes- en Cuenca; con dos puertas gemelas de arco rebajadas y separadas tan solo por estrecho pilar  ó maimel y envueltas por un arco gótico, amplio y flanqueado por pináculos.
La puerta de S. Bartolomé no difiere gran cosa de su compañera, ni es su adorno mucho mayor, aunque la dan otro aspecto la adición de una estatuilla  del apóstol que “encadenó al diablo” y dos medallones con los bustos de S. Pedro y S. Pablo. Pero tiene aquella un solo hueco y el arco envolvente es triobado; diriase que el de la magnífica portada  de la catedral nueva de Salamanca, despojada de todas sus galas, repartió sus líneas y elementos entre las dos puertas de la Colegiata de Belmonte. En ambas las materias lisas están guarnecidas de interesantísimos y originales herrajes. Las alguazas, de primitivo y complicado dibujo, de hierros toscos que rematan en cabezas de bichas de fauces abiertas y sacando la lengua.
Desproporcionados resucitan los gruesos clavos del siglo XVI, que sujetan tales alguazas, pero en cambio es de gran electo el conjunto de los numerosos chatones iguales de que están sembradas aquellas puertas. La voluminosa cabeza de chapa repujada, forma un rosetón convexo de ocho festones con radio que van a los encuentros de los arcos. No recuerdo fuera de Belmonte, haber visto chatones de igual forma, sino en ejemplares sueltos de la colección de don José Lázaro y don Adolfo Herrera.
Pero nadie sospecha, al salvar la puerta donde están dichos herrajes de menor cuantía, lo que la iglesia Colegial encierra en cuanto a cerrajería artística, ya que puede competir con ventaja con muchas catedrales, y que en sus canceles  trabajaron los más famosos maestros rejeros de Cuenca, capital de la provincia.
Pero si no bastara, para convencer de esta afirmación, el contemplar las rejas de las capillas de Santiago, de la Mayorazga, de la Asunción, y de Santa Catalina, mis cuadernos de notas contienen esta curiosa referencia: “Yo Fernando de Arenas , vecino que soy desta noble cibdad de Cuenca que estai ausente,...para que por mi y en mi nombre e como yo mismo podeis pedir y demandar i recibir, aver y cobrar del Sñor Jermo. Guedexa, racionero de la iglesia Colegial de Belmonte, ciento e cincuenta ducados del segundo tercio de la ebra y reja que le estoy haciendo...a 14 de Julio de 1566”.
Presumo que esta reja -ajustada en 400 Ducados- sea la que llamamos de “la Presentación” que tienen en el friso que separa en el cuerpo de la reja  de su remate, diminutos escudos relevantes entre dragones, cuyas colas terminan en pequeñas volutas.
Los dos escudillos laterales, tienen por blasones ”una rosa”, y el del centro, que es cuartelado, tiene la misma “empresa” en el primer cuartel; luego un águila “pasmada”, una flor de Lis, y por último “tres bastones”.

Falta en esta reja el montante que en sus hermanas las rejas del Arcipreste Barba y del Deán Barreda - hoy capilla de doña Martina Lasso, en la Catedral de Cuenca, y reja del Obispo don Fernando Nuño de Guevara en la “capilla de las Religiosas de la iglesia de Sigüenza – forma un segundo cuerpo rectangular alargado, con adorno de cariátides y escudos de chapa repujada. Por lo demás cualquier detalle decorativo o de traza rebelan el indudable parentesco. Filas de querubes que alternan con festones de frutas, descarnadas calaveras, son como la firma y rúbrica de aquel admirable Arenas “que no sabia firmar”.
En la reja de Anaya y D. Constantino del Castillo y Martín de Huélamo, hay cuando menos una fecha; en esta de Belmonte a parte de un letrero todo lo largo del friso superior - de que sólo cogí la palabra MISERICORDIAE- tiene alrededor del medallón central del coronamiento de la reja, otra larga leyenda con caracteres repujados.
Dicho remate no es ninguna  novedad para quien conozca cómo rematan las rejas del mismo artista que he citado antes –de Barba, de Barreda, etc- con figuras movidas de más o menos graciosa silueta, trepando por espiras que se ramifican para sostener tarjetones, escudos y otros motivos en torno de una parte principal, que suele ser un templete con alguna imagen, un escudo o como en esta reja de Belmonte, un medallón con un grupo de figuras en relieve.
Representa en la reja de la “Presentación” la ceremonia de la circuncisión del Señor, con Jesús niño sobre el ara, la Virgen y el Pontífice, y allá en el último término, una canéfora, que recuerda mucho la figura que para igual asunto pintó Fernando Llanos en el altar Mayor de la catedral de Valencia.
No es esta la única ocasión que he visto trasladadas al hierro otras típicas creaciones del arte pictórico. Rara vez los rejeros hacían la traza de sus obras, la cual solía encomendarse a otros artistas especializados en le dibujo, y nos consta que par la mayoría de las rejas  de Hernando de Arenas, fue el entallador francés Esteban Jaincle – el célebre y misteriosos Xamete, de cuantos escribieron sobre esta materia- el encargado de hacer los proyectos prospecciones correspondientes.
La primera noticia que de esto tuve, la debo a don Manuel Pérez-Villamil, del Museo Arqueológico Nacional, que encontró una referencia en estos términos.
“...cuatro Ducados que pagó el dicho Hernando de Arenas por su trabajo cuando vino al concierto de la rexa y traer la traza” . “ item tres Ducados que pagó a Juan el entallador, por la traza de rexa que hizo”.
Investigaciones propias me han permitido confirmar este hecho que se refiere a la reja de la capilla de Sigüenza, con otros casos relativos a Cuenca y Toledo averiguar la patria potestad y la aventurera vida del famoso entallador.
Esteban Jamete y Hernando de Arenas, alquilan en común una casa en Cuenca y trabajan juntos; y entre las trazas de rejas que su camarada hizo el maestro Arenas están las del tipo del cancel de Belmonte. Sin embargo de su notoria belleza, no es esta reja la mejor. La más famosa es sin duda, la de la capilla de Santiago.
Es de mayores dimensiones que la reja que va descrita, y de aparente sencillez, si se juzga de la escasa diferencia de grueso que hay entre los barrotes que integran este cancel monumental. Pero bien pronto se hecha de ver profusa labra de algunos barrotes que dividen  los diferentes cuerpos de la reja en varios tramos. También los frisos resultan más complicados por la adición de mascarones, ánforas y tarjetas, amén de numerosos escuditos. Las  armas de estos  en campo partido en par: Un árbol  con oso empinante y dos llaves y el otro cuartel con dos lobos.
Lo más notable es el copete sobre un medallón donde aparece la figura de Santiago Matamoros a caballo, con casco, bandera y espada, y dos infieles vencidos a sus pies. Dos niñas de admirable trabajo sostienen el medallón y el resto del adorno con motivos florales interpretados con varillas y chapas de hierro.
De más elegante factura es todavía la reja de la capilla de la Anunciación ó Encarnación, cuyo montante aparece adornado de un modo original con guirnaldas o festones sobre cada uno de los cuales hace volátiles una bella silueta infantil. El copete en cuanto a sus líneas generales, es algo que no puede verse en Cuenca, si no es en las verjas de madera, y de madera y hierro de los siglos XVII y XVIII de tipo vulgar que cierran las capillas de Luis de Guzmán, Santiago y de Gonzalo de Cañamares, pero de tan pobre decoración que apenas si se advierte el remoto parecido con la reja de Belmonte.
Un semicírculo en hierro grueso y labrado, cuyo diámetro es igual al ancho de la puerta y cuerpo central de la reja, divide el medio punto del copete en dos campos concéntricos: El interior ocupado por las figuras sagradas de la Virgen María de rodillas y volviendo el cuerpo y cabeza con gracioso escorzo hacia el parto don de aparece el Arcángel con su vara flonda, quedando fuera todos los monstruos que crearon a la superstición y mitología.
En las otras verjas que hemos citado, el campo interior lo ocupa un blasón o un motivo ornamental muy barroco; y el reto del copete lo forme un conjunto de barrotes abalaustrados, los cuales dividen el copete en tres partes, siguiendo las líneas marcadas por los cuerpos inferiores por cuatro pilastras de profunda ornamentación.
En los frisos predominan los camafeos, delicadamente trabajados; y en los ritmos de motivos florales, amorcillos y otros detalles me parece ver la mano de Esteban Lemosín, rejero francés, que se avecinó y contrajo matrimonio en Cuenca, donde dejó espléndidas muestras de arte.
Pero la reja de más calidad de todas las de Belmonte, es sin duda, el Plateresco cancel  de “la Asunción”, sobre un cuerpo sencillo y elegante cuyo principal adorno y casi único es un friso trepado en la parte superior ostenta “la gloria de la Virgen” entre seis ángeles. La decoración de este copete se ha logrado con delgadas varillas de hierro y ligeras aplicaciones de chapa repujada, que forma dos ramas simétricas de una estilizada enredadera que deja en medio un espacio en “almendra mística” donde se aloja la dicha grafidia de la Virgen y su cortejo de ángeles.
Esta obra es del primer tercio del siglo XVI, y del estilo de Sancho Muñoz; única que reproducen – pero no describen-  algunas monografías recientes, “Los Hierros” de Artillano, y Spanish Ironwork, de A. Byne.
Diferentes escudos ilustran esta reja, donde hemos creído conocer las armas de Hinestrosa, en sitio preferente y luego las de Alarcón y de Saavedra...
Y en el fondo de la capilla se ve una imagen sedente bizantina.

Capítulo nº 3

Es de lamentar que nuestro ilustre paisano D. Pelayo Quintero y Atauri –catedrático en el instituto de Cádiz- no conociera esta sillería en 1908, cuando publicó su erudito y competente estudio a cerca de “las Sillas  de coro Españolas”-,  en el “Boletín de la Sociedad Española de excursiones”.
Entonces hubiera tenido esta bella y antañona”boiserie”, apenas conocida, todos los honores que la correspondían.
En el reparto del breve tiempo de que disponía en mi viaje a Belmonte, donde tantas cosas interesantes solicitaban la atención del viajero –no podía salir muy favorecido el coro de S. Bartolomé, dejando para otra ocasión contar el número de sillas y reseñar, tablero por tablero, los asuntos que el entallador representó en los respaldos de los sitiales.
Pero fue bastante aquella inspección, para darme cuenta de que hay dos órdenes de sillas, con mayor número de asientos de que correspondían a la a la totalidad de los capilares y chantres de la Colegiata, en sus mejores tiempos. Ya que en la “Relación topográfica” de Belmonte de 1 de Abril de 1579, dice que tenía “prior, chartre, tesorero, maestrescuela, seis canónigos, cuatro racioneros, cuatro medio racioneros y ocho capellanes; con escasa diferencia en el número de eclesiásticos empadronados en 1786 en Belmonte, según el curioso manuscrito de D. Mateo López.
El exceso de asientos en el coro de San Bartolomé parece confirmar la tradición de que esta ”boiserie” perteneció en otro tiempo a la catedral de Cuenca, y fue cedida a Belmonte al cambiar aquella los coros y hacer la nueva sillería en el siglo XVIII, durante el pontificado de Flórez Osorio.
Observé otro detalle que también induce a que esta sillería se adaptó, pero no se hizo para el coro de la Colegiata. Casi todos los tableros tienen un relieve con un asunto bíblico -del Antiguo y Nuevo Testamento- composición de varias figuras enmarcadas por un arco conopial ó trilobado, cuyas enjutas ocupan figuras sueltas y más pequeñas de apóstoles, doctores, evangelistas y profetas. Únicamente los tableros de los dos rincones –más estrechos y por tanto sin espacio para acomodar bien un grupo –contienen una sola figura; en cambio en otro lugar se ven que han acoplado dos tableros estrechos- y con un personaje solitario cada uno- para formar un respaldo.
Si no recuerdo mal estas figuras sueltas –unas con leyendas y otras sin ella- son varios ejemplares de la mujer fuerte de la Biblia: Judit, que en la punta de un corvo bracamante, lleva la cabeza de Holofermes; Atalia hija de Acab, rey de Jerusalén, que para ocupar el trono de sus mayores mandó dar muerte a todos los descendientes de David, Débora, profetisa y “jueza” del pueblo Hebreo, y Jaef, la hermosa judía, que dio muerte a Sísara, general enemigo.
Desde la creación y del primer hombre, hasta la muerte de Jesús, toda la historia sagrada esta comprendida en aquellas interesantes tallas. Entre tales escenas voy recordando la “Creación de la mujer”, que surge del costado de Adán, que ha de encontrarla a su lado, y enteramente formada “cuando despierte”. Otro tablero representa “el primer pecado”, con Adán y Eva al lado del árbol  fatal, donde se enrosca la pérfida serpiente...
El “Nacimiento del Redentor”, “la adoración de los Reyes Magos...” y luego “la Cena” y otros episodios de la Pasión y muerte de Jesús”, completa la obradle artista notable y anónimo.
Es indudable que una paciente labor de archivo acabará con bastantes incógnitos de estos; pero también es verdad que la absurda disposición ordenado la destrucción de los procesos de larga fecha en los juzgados de España, ha cegado abundantes fuentes históricas. Así, pues, en muchos caos será imposible ya describir al autor; y en otras ocasiones tenemos que contentarnos con una filiación hipotética, basada en el dibujo, en al técnica, en los ropajes, armas, fondos y vagos detalles de obras artísticas.
A este género de deducciones se prestan mucho las anónimas tallas de Belmonte.
¿De que época y a qué escuela podemos referir la sillería de Belmonte?. Contestar a la primera parte de la pregunta, diciendo que en el siglo XV, es recordar que en este tiempo, nuestro arte escultórico es todavía de aluvión; que son escasos los imagineros y entalladores indígenas, mientras que s enriquecen los templos castellanos con obras de Egas, Borgoñas y Dankart; y aún aquellos artistas Españoles no poseen un arte propio y definido, sino un reflejo de los gustos franceses, flamencos, germanos, que acaban por fundirse y formar un arte nuevo.
El estilo español antiguo –de cuyo nombre se abusa tanto en nuestros días- más que en los motivos ornacentistas se revela en el sentimiento religioso que inspira sus presentaciones plásticas, triunfando de cualquier influencia extraña.
Un francés habría buscado asuntos en las  leyendas del ciclo caballeresco o en la mitología pagana; flamencos y Walones hubieran preferido temas humorísticos o grotescos, mientras los alemanes cubrirían los tableros con grandes yelmos y pequeñas tarjas; revueltos labrequines y extrañas cimeras. A veces el español recoge todos aquellos elementos exóticos, pero con motivos secundarios, para enmarcar el tema místico y principal, más prefiriendo casi siempre a la profusión de adornos  la ascética sobriedad  del “arte franciscano” reinando los Reyes Católicos.
En mi opinión, las tablillas de la sillería de Belmonte son de arte castellano; perfectamente definidos por sus trazos enérgicos e ingenua composición donde no se muestran muy acusados  las naturales influencias de los maestros extranjeros.

 Miguel Ángel Vellisco Bueno

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